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Nuestra Ermita antes de la Revolución de 1936

Nuestra Ermita antes de la revolución de 1936
Huesca, 31 de julio 1965. Mo­nasterio de Ntra. Sra. del Pilar.
Fr. Leonardo M.a de Picasent O. F. M.

(Publicat en en la revista de Festes de 1965)

En el Programa de Fiestas del año 1962 escribí sobre el motivo porque se hizo la cripta y porque se encontró el año de la Corona­ción Canónica de nuestra Patrona al reformar el presbiterio. Aquel articulito lo terminé diciendo: en otra ocasión escribiré sobre el fran­ciscanísimo de nuestra ermita antes de 1936.

Bien será empezar por lo de fuera, la plaza. Espaciosa, rodeada con las capillitas o casalicios del Via-Crucis y los Dolores de la San­tísima Virgen y adornada con es beltos cipreses. Con un poco de declive, como aún tiene, formaba como una gran circunferencia abierta hacía el pueblo. Los casalicios eran altos, sólidos y bien for­mados. Los cuadros o representa­ción de la Pasión, unos manises, manises bien hechos de los prime­ros lustros del siglo XIX. Los niños que iban a la escuela, con su falta de sentido práctico, como no te­nían rejillas delante, cogían piedras y picaban a los sayones porque le pegaban y atormentaban al Señor. Así que todos los sayones estaban con los rostros y las manos picados. La cuarta estación, que sólo se veía a Jesús, a la Stma. Virgen y algunas piadosas mujeres, estaba muy her­mosa. La décima y la undécima estaban colocadas en la fachada de las escuelas, y la duodécima, en la fachada de la casa de don Car­los Albors. Como se hallaban colo­cadas altas, estaban bien conser­vadas.

Así, que eran nueve casalicios a cada lado de la plaza, que formaba un conjunto muy bello y armonio­so. Cuando llegaba la cuaresma era grande la devoción del pueblo a rezar el Viacrucis. Vulgarmente decían: «A rezar el Calvario.» Se reunían en grupos y siempre ha­bía alguna mujer que sabía de memoria las oraciones y dirigía el rezo. Tal vez alguien preguntará: a ¿y qué tiene que ver eso con el franciscanismo?». Por poco piadoso que uno sea, no dejará de saber cómo el Seráfico Padre San Fran­cisco fue con los cruzados a Tierra Santa y una vez allí, dejó a sus hijos como guardianes y custodios de aquellos santos lugares; y ellos fueron los grandes propagadores de la devoción a la Pasión de nues­tro Señor Jesucristo y especialmen­te del Viacrucis. Entre ellos se dis­tinguió el gran misionero y patrón de misioneros entre fieles, San Leo­nardo de Puerto Mauricio. Desde el siglo XVIII fue costumbre de la Orden poner el Viacrucis bien en la plazuela del convento, bien en el camino cuando éste estaba fuera de la población. Luego tenemos un testimonio de que nuestra ermita estaba destinada para iglesia de franciscanos. Dentro de la ermita también teníamos erigido el Via­crucis, cosa no muy corriente en las ermitas. El primer altar entran­do a mano izquierda, estaba dedi­cado al Stmo, Cristo de la Flagela­ción. Una imagen de Jesús atado a una columna y llagado por los azotes. No tenía verdugos. La ima­gen era pequeña, pero muy pro­porcionada y devota. En el segundo cuerpo del altar había pintado un San Blas, y todos los años, el 3 de febrero, se celebraba una misa al Santo, que era muy concurrida, y le cantaban los gozos. En la ven­tana que hay encima del arco de la capilla estaba pintado San Cris­tóbal.

Frente al altar del Santísimo Cristo atado a la columna, como vulgarmente llamaban, entrando a mano derecha estaba el altar dedi­cado a Santa Bárbara, Virgen y Mártir. Como la ermita estaba en pleno campo y la Santa es abogada contra las tormentas y el pedrisco, no es extraño que le dedicasen di­cha capilla. La escultura era pre­ciosa, de estilo barroco, pero con un aire y movimiento como las obras de V. Esteve. En el segundo cuerpo del altar estaba Santa Lucía con los ojos en el plato, como abo­gada de las enfermedades de la vista. Sobre la ventana del arco estaba pintado San Luís Gonzaga.

La capilla del crucero de la par­te izquierda debía de haber sido la capilla de la Venerable Orden Tercera. Aunque se dedicó a San Antonio, estaban en el nicho San Luis, Rey de Francia, y Santa Isa­bel, Reina de Hungría. Como, al gusto de la época, vestían túnica marrón de lana y ceñidos con el cordón franciscano. De sus hombros se levantaba una nube plateada en la que descansaba la imagen de San Antonio de Padua. ¿Por qué no se puso a San Fran­cisco? Como los religiosos no to­maron posesión de la ermita, bien fuese por ser San Antonio un santo tan popular, bien fuese por ser el santo del canónigo que puso la primera piedra en nombre del señor Arzobispo, no sé puso a San Francisco, Como las túnicas de San Luis y Santa Isabel estaban muy deterioradas y las imágenes eran flojillas, en el año 1909, don Fran­cisco Soler y Romaguera encargó dos esculturas de dichos santos vestidos con mantos reales y ceñi­dos con el cordón franciscano. En el segundo cuerpo del altar, que era bastante grande por ser muy esbelto, estaba el Seráfico Doctor San Buenaventura, a quien la Or­den ama, honra y venera como a su segundo fundador y Padre. Sobre el ventanal que cae en el centro de la capilla estaba pintado la Im­presión de las Llagas del Seráfico Padre. Antiguamente, en esa capi­lla había un armario mirando al presbiterio que contenía el Santo Cristo y los faroles que se usaban para rezar la Corona franciscana a los difuntos. En el año 1913, ese armario se quitó y el Santo Cristo y demás se puso en la sacristía. En el poco espacio que hay entre el arco y el fondo de la capilla se hizo un pequeño altar para una imagen del Sagrado Corazón de Jesús de tamaño natural, regalo del Rvdo. D. Antonio Albert, que fue muchos años párroco de Murla. Sencilla la imagen en cuanto al decorado, pero de mucha unción y de una belleza divina. Se dijo si la trabajó, siendo joven aprendiz, el gran escultor Capuz.

Frente a este altar, en la otra capilla del crucero, estaba el altar dedicado a San Miguel Arcángel, bien fuese por honrar la memoria de Mosén Miguel Carbó, bien por la gran devoción que el Padre San Francisco tenia al Santo Arcángel, pues en su honor ayunaba todos los años desde la fiesta de la Asun­ción hasta la víspera del santo, y sabemos que hacia la fiesta de la Exaltación de la Cruz el año 1224, estando en el monte Alvernia, fue cuando el Serafín alado y crucifi­cado grabó en sus manos, pies y costado las llagas de Jesucristo. La imagen del Arcángel tenía una vi­veza y movimiento extraordinario, estaba como en la pelea que des­cribe San Juan en el Apocalipsis, el demonio era un dragón de plomo feísimo y pesadísimo. En el segun­do cuerpo del altar estaba el mis­mo Arcángel con la balanza eii las manos, como pesando las almas de los hombres para presentarlas a Dios. En el ventanal que hay enci­ma del arco de la capilla estaba pintado Mosén Miguel Carbó, muy recogido y contemplando una pe­queña imagen de 1a Virgen de Vallivana. Entre el arco y fonda de la capilla, en rico y precioso dosel, estaba la imagen del Stmo. Cristo de la Fe, talla de últimos del si­glo XVIII, devota e impresionante.

Sólo me resta hacer memoria de dos óleos grandes que había en el presbiterio, uno de la Inmaculada, y el otro, de San Miguel. Copias de escuela italiana, pero bien he­chas. San Miguel, copia de Guido Reni, hecho con soltura y libertad, tenía la serenidad y placidez de haber triunfado del enemigo. La Inmaculada, rodeada de muchos angelitos, pero no con aire y movi­miento de la Asunta de Murillo, sino con una dulzura y bondad muy maternal. Seguramente eran del mismo autor. Los marcos, muy bien trabajados. Es muy probable que dichos cuadros estuviesen en las capillas del crucero antes de hacer los altares.